23/01/2012

Manuel Fraga Iribarne: conservador e reformista


«Seriedade, honestidade, eficacia e entrega» son os termos que utilizou Manuel Fraga na súa resposta á pregunta que lle formulei na entrevista que aparece abaixo sobre as cualidades básicas que tiña que ter un político. El morreu o 15 de xaneiro e descansa xa para sempre no cemiterio da pequena localidade de Perbes, tal como era o seu desexo, ao carón da súa querida dona. Penso que as palabras do principio estiveron gravadas na súa mente dende sempre, ao lado da palabra «responsabilidade», que foi tamén un termo que non abandonou nunca. Dende os anos da escola, do instituto e da universidade, e, loxicamente, nas etapas posteriores, comezou a forxar a súa personalidade como «estadista» ou «home de Estado». Foino, e ninguén o poderá discutir nunca. Na miña opinión, un pobo intelixente avanza e demostra a súa grandeza cando sabe mirar cara a adiante, cando se adapta ao momento histórico, cando trata de superar os problemas e tenta non caer neles outra vez. Manuel Fraga sabía das calidades do pobo galego, e el, a través de toda a súa bagaxe intelectual como profesor e como home de Estado, decidiu aproveitar o momento histórico como presidente da Xunta de Galicia e traballar arreo por esta terra. Dos acertos seus e dos gobernos que presidiu, beneficiouse todo o pobo; dos erros, teremos que poñer os medios para non volver caer neles. A grandeza dun presidente como servidor público é traballar sen descanso por mellorar as condicións de vida da sociedade que dirixe; e Manuel Fraga cumpriu coa súa misión. Os que veñan detrás xa saben o que teñen que facer.

Deseguido aparece unha entrevista que lle fixen para o libro 88 gallegos. Una tierra a través de sus gentes (2 vol.), Barcelona, 1983. Está escrita en castelán e así decidín reproducila, pois a intención da publicación destes dous volumes foi que a xente de fóra da nosa terra coñecese unha serie de persoeiros galegos que considerei fundamentais e importantes naqueles anos.

* * *

Al oír la palabra «política», cientos de miles de gallegos, la inmensa mayoría de nuestros paisanos, miran para otro lado, o incluso salen corriendo. Es un error. Es un error porque, por mucho que se diga —por mucho que se nos quiera engañar—, el «apolítico» no existe: todo humano, por el solo hecho de pertenecer a una comunidad, posee inevitablemente una dimensión política, y todos sus actos, sean del tipo que sean, son entre otras cosas políticos. Y el mismo hecho de declararse «apolítico», de cerrarse o huir ante la sola mención de la odiada palabra, es ya una actitud plenamente política.

Y, sin embargo, esa posición de rechazo es muy lógica. Porque en Galicia —y no sólo en Galicia, por supuesto— la experiencia ha demostrado una y otra vez que «político» era asimilable a «cacique», que los «políticos» siempre han sido los ricos y los explotadores tradicionales o, peor aún, los «arribistas», los «traidores» a su gente que sólo buscaban el progreso personal, el poder egoísta, vendiéndose y vendiéndonos a intereses ajenos. Total: para echarse a temblar. Pues ¡si hasta el diccionario nos «enseña»: «Político: que se ocupa de los asuntos del Estado ... Versado en las cosas del Gobierno y negocios del Estado... etc.»! Claro, ¿y quién imagina a un pobre campesino gallego «ocupándose de los asuntos del Estado», o «versado en las cosas del Gobierno y negocios del Estado»?

Pero no es así. Eso es pura y simplemente mentira. Político no es determinado «profesional» cuya profesión es arrancarnos el voto o, aun sin eso, situarse en los puestos de poder real, en base a que «sus conocimientos, formación y experiencia de los asuntos de Estado» le capacitan y le hacen indiscutiblemente imprescindible en esa función. Eso, tanto en gallego como en castellano, tiene un nombre bien diferente.

Políticos, repito, somos todos. Porque todos tenemos necesidades, y por tanto intereses, y nuestros actos no pueden por menos que reflejarlo. De nuestra mayor habilidad y mejor esfuerzo para intentar resolver nuestras necesidades, para alcanzar y defender nuestros intereses —¿coinciden con los de quienes tienen el poder, con los de los «políticos profesionales», con los de aquellos que nos prometen tantas cosas y dicen que buscan justamente lo mismo que nosotros? ¿Podemos defenderlos o luchar por ellos en solitario? ¿No son esos intereses nuestros los mismos que los de tanta y tanta gente en nuestra misma situación, y precisamente contrarios a los de un número muy limitado de personas? ¿Hay forma de lograr la resolución de nuestras necesidades, de las necesidades de la inmensa mayoría, sin desplazar de los puestos de poder a quienes demuestran poseer unos intereses contrarios, y que sólo pueden defender tratando de mantenernos en la necesidad que padecemos? ¿Lo conseguiremos sin lucha, sin empuje; cederán ellos por propia voluntad?—, o de nuestro desinterés, de nuestro miedo a que las cosas se compliquen aún más —¿aún más, en Galicia?—, de nuestra aceptación de la falacia del «apoliticismo», dependerá que llevemos una política más activa o más pasiva. Pero nuestra vida siempre será política, no hay otra posibilidad, y según como la orientemos mejor o peor nos irá: cualquier otra explicación es un engaño.

Galicia vive hoy una situación especial. Ha habido un cambio de régimen a nivel del Estado, nuestro país estrena un Estatuto de Autonomía. ¿Ha abandonado el gallego su tradicional escepticismo? ¿Se ha esforzado en la consecución de ese cambio, en el aprovechamiento de esa Autonomía? Parece que, en cierto modo, la inmensa mayoría se mantiene al margen: «Es un invento de fuera, de los de siempre, que pretende lo de siempre: más pronto o más tarde se le verá la oreja». Pero detrás de esa actitud reticente, cada cual —la necesidad aprieta— mantiene un punto de esperanza... Y es masoquismo: pues si no hay implicación personal, si no se toma una actitud más viva, ¿cómo no va a fallar el tinglado, cómo no va a probarse ineficaz para la gran mayoría que es precisamente la que más lo necesita, cómo no van a intentar sacarle partido solamente los de siempre? Y sin embargo, sea quien fuere quien ha montado la cosa, ésta se encuentra ahí: ¿por qué no utilizarla? ¿Por qué no lanzarse a luchar por los propios intereses empleando este nuevo instrumento, organizándose, exigiendo, desplazando de los puestos clave a quienes ya en otros tiempos han demostrado que no van por nuestro camino?

Mas lo cierto es que no todos los gallegos se encuadran en tal posición. Hay minorías que ven la situación con claridad, que actúan desde una posición políticamente activa. Ahí están esos jóvenes partidos nacionalistas, esas organizaciones de trabajadores que se esfuerzan por sus intereses; ahí están, ahora mismo, esos campesinos que se han unido para intentar sacudirse unas imposiciones asfixiantes... Pero son eso: minorías. Y precisamente por ello lo tienen más difícil, y corren el riesgo de fracasar, de «quemarse», y de que su ejemplo acabe entonces utilizándose como prueba de negatividad.

El proceso de avance de la sociedad gallega sólo será consecuencia del trabajo de la gran mayoría, y para ello es imprescindible concienciación, primero, y acción política, después.

¿Pero es que nuestra tierra está condenada a sufrir la acumulación de presión política hasta explotar, de siglo en siglo, en movimientos como el de los «Irmandiños», como los de las guerras carlistas, como el de la pasada guerra civil?

MANUEL FRAGA, alto funcionario de la Administración, profesor universitario, diplomático de carrera y tantas y tantas cosas más, es ante todo político. ¿Político a secas? Bueno, él ha manifestado repetidamente que es preciso diferenciar entre «político», es decir, profesional de la política, y «estadista» u «hombre de Estado», que es más bien lo que él se siente. Lo que ocurre es que, al parecer, todavía no ha logrado desarrollar plenamente esta su vocación de estadista, o por lo menos ésa es la impresión que se extrae de su trayectoria hasta la fecha. Y MANUEL FRAGA, digamos político con vocación de hombre de Estado, sigue ideológicamente una línea conservadora. Aunque también en este punto él difiere, sosteniendo que, por temperamento y convicción, es a la vez conservador y reformista... por mucho que la opinión general mayoritaria, en vista de su historial y su posición en el panorama político español actual, no se muestre precisamente de acuerdo.

Nuestro hombre es, pues, un personaje polémico. Tiene amigos y enemigos; hay quienes le admiran y quienes le desprecian, quienes le temen, quienes le quieren y quienes le odian. Por todas partes levanta pasiones, y son muy pocos los que ante su figura permanecen indiferentes. Sin embargo, posee este gallego dos cualidades unánimemente aceptadas y elogiadas: una extraordinaria energía y una capacidad de trabajo francamente envidiable.

Nació MANUEL FRAGA IRIBARNE el 23 de noviembre de 1922 en Vilalba, Lugo. Su familia, de recursos limitados, se iría con el tiempo ampliando, y él —tal vez como premonición de lo que más adelante sería en multitud de campos— acabaría resultando el mayor o número uno de una docena de hermanos.

Estudia el bachillerato —los dos últimos cursos— en Lugo, realizando en Santiago el examen de Estado, en el que alcanzaría premio extraordinario (1939). En la Universidad de Madrid, en 1944, se licencia en Derecho —asimismo con premio extraordinario, por cierto—, figurando como profesor ayudante de la Facultad ya antes de finalizar la carrera.

Alférez de Milicias Universitarias —número uno de su promoción—, en 1945 se doctora en Derecho y —con el número uno— aprueba las oposiciones de Letrados a Cortes.

Y ya todo seguido: 1946, Escuela Diplomática; 1947, licenciatura en Ciencias Políticas y Económicas; 1948, secretario de Embajada de segunda clase y catedrático de Derecho Político; 1951, secretario general del Instituto de Cultura Hispánica; 1953, catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional; 1955, secretario general técnico del Ministerio de Educación Nacional; 1956, subdirector del Instituto de Estudios Políticos; 1957, consejero nacional y procurador en Cortes; 1961, consejero de Embajada y director del Instituto de Estudios Políticos, y en 1962 es nombrado ministro de Información y Turismo.

Como ministro de Información y Turismo se mantendría hasta octubre de 1969, y en este largo período sería también ministro plenipotenciario de la Carrera Diplomática, en situación de excedencia especial (1963), y secretario del Consejo de Ministros y de las Comisiones Delegadas del Gobierno (1967).

En 1973 fue nombrado embajador de España en Londres, cargo que ejercería hasta la muerte de Franco: el 18 de noviembre de 1975 estaba de nuevo en España, y el 12 de diciembre Carlos Arias Navarro le nombraba ministro de Gobernación y vicepresidente para Asuntos del Interior.

En julio del año siguiente, al cesar Arias Navarro como presidente del Gobierno, cesa también Fraga como ministro. Trabaja entonces en el desarrollo de una plataforma política ya tiempo atrás iniciada, y cuando en octubre aparece Reforma Democrática, es elegido su presidente. La organización se integraría —junto con ADE, de Federico Silva; AR, de López Rodó; UDPE, de C. Martínez Esteruelas; UNE, de Fernández de la Mora; USP, de Thomas de Carranza, y DS, de Licinio de la Fuente— en Alianza Popular en el mes de diciembre de aquel 1976.

El 15 de junio de 1977, en las listas de AP por Madrid, es elegido diputado. Luego... ya es sabida la continuidad de sus pasos hasta hoy.

De su muy amplia bibliografía cabe citar: Luis de Molina y el derecho de la guerra (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1947); Razas y racismo en Norteamérica (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1950); La acción meramente declarativa (Instituto Editorial Reus, Madrid, 1951); La reforma del Congreso de los Estados Unidos (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1952); El Congreso y la política exterior de los Estados Unidos (Escuela Diplomática, Madrid, 1952); El Canal de Panamá (CSIC, Madrid, 1953); Las constituciones de Puerto Rico (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1953); La crisis del Estado (Biblioteca de Ciencias Sociales, M. Aguilar, Madrid, 1955; segunda ed., 1958); Don Diego de Saavedra y Fajardo y la diplomacia de su época (Dirección General de Relaciones Culturales, Madrid, 1955); Balmes, fundador de la sociología positiva en España (Ayuntamiento de Vich, Vich, 1955); La familia española ante la segunda mitad del siglo XX (Ediciones del I Congreso de la Familia Española, Madrid, 1959); El reglamento de las Cortes Españolas (Biblioteca de Temas Actuales, Colección Norma, Madrid, 1959); Las transformaciones de la sociedad española contemporánea (Madrid, 1959); Guerra y diplomacia en el sistema actual de las relaciones internacionales (Ediciones Europa, Madrid, 1969; segunda ed., 1977); La familia y la educación en una sociedad de masas y máquinas (Congresos de la Familia Española, Madrid, 1960); El Parlamento británico desde la Parliament Act de 1911 (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1961); Organización de la convivencia (Colección Acueducto, Madrid, 1961); Estructura política de España. La vida social y política en el siglo XX (Editorial Doncel, Madrid, 1961; varias ediciones); Promoción social y educación (Colección «O crece o muere», Ateneo de Madrid, Madrid, 1961); El hombre y lo humano en el pensamiento político contemporáneo (Col. «O crece o muere», Madrid, 1961); El nuevo Antimaquiavelo (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1961); La guerra como forma de conflicto social (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1961); Política y economía (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962); Sociedad, política y gobierno en Hispanoamérica (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962; segunda ed., 1971); Horizonte español (Editora Nacional, Madrid, 1965; varias eds., traducción al italiano); Cinco loas (Editorial Nacional, 1965; segunda ed., 1969); El desarrollo político (Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1972; segunda ed., 1974; ed. de bolsillo: Editorial Bruguera, Barcelona, 1975); Legitimidad y representación (Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1973; ed. de bolsillo: Editorial Bruguera, Barcelona, 1975); Sociedad, región, Europa (Alianza Editorial, Madrid, 1973); La República (Editorial Planeta, Barcelona, 1973; segunda ed., 1974); Las leyes (Editorial Planeta, Barcelona, 1975); Un objetivo nacional (Editorial Dirosa, Barcelona, 1975; ed. de bolsillo, 1976; traducciones al italiano y al portugués); Cánovas, Maeztu y otros discursos de la Segunda Restauración (Sala Editorial, Madrid, 1976); España en la encrucijada (Ediciones Adra, Madrid, 1976); Alianza Popular (Ediciones Albia, Bilbao, 1977); El gabinete británico (Moneda y Crédito, Madrid, 1977); La monarquía y el país (Editorial Planeta, Barcelona, 1977); Los fundamentos de la diplomacia (en colaboración con R. Rodríguez-Moñino; Editorial Planeta, Barcelona, 1977); Espanha, caminhos da democracia (Braga Editora LDA, Portugal, 1977); Los nuevos diálogos (Editorial Planeta, Barcelona, 1977); La crisis del Estado Español (Editorial Planeta, 1978; segunda ed., 1978); La Constitución y otras cuestiones fundamentales (Editorial Planeta, Barcelona, 1978); Después de la Constitución y hacia los años 80 (Editorial Planeta, Barcelona, 1979); Jovellanos, en la perspectiva de la sociedad española actual (Gijón, 1980).

Ha dirigido, desde 1951, la colección «Las Constituciones Hispanoamericanas», realizando diversos prólogos y trabajos en la misma. Igualmente, ha codirigido la obra La España de los años 70 (cuatro vols.; Editorial Moneda y Crédito, Madrid, de 1972 a 1974). Sus colaboraciones en revistas de todo tipo y en la prensa diaria son innumerables.

Sobre él se han escrito los siguientes libros: Fraga lribarne: retrato en tres tiempos, de Manuel Milián Mestre (Editorial Dirosa, Barcelona, 1975); Manuel Fraga, semblanza de un hombre de Estado, de Octavio Cabezas (Sala Editorial, Madrid, 1976); Manuel Fraga Iribarne, de Carlos Sentís (Editorial Cambio 16, Madrid, 1977); El pensamiento de Fraga, de Manuel Quintanilla (Ocejón Ediciones, Madrid, 1976), y Radiografía política del profesor Fraga Iribarne, de Manuel Martínez Ferrol (Crespo Ediciones, Madrid, 1978).

La relación de sus premios, honores y distinciones sencillamente no cabría aquí, pues es sin exagerar abrumadora.

Bien, ésta es la biografía en plan telegráfico —no existía otra posibilidad, dado su curriculum— de MANUEL FRAGA, quien, al frente de su partido Alianza Popular, ha obtenido la mayoría de los votos en las elecciones al Parlamento gallego, tal vez su mayor éxito real hasta el
momento.

El Estatuto de Autonomía empieza a desarrollarse, y Galicia espera. Pero la abstención ha sido extraordinariamente amplia en estas últimas elecciones, y entre el masivo escepticismo y las voces de discrepancia e impaciencia que se levantan aquí y allá, las cosas no están hoy nada claras. Porque, en definitiva, ¿ es el conservadurismo lo que Galicia necesita en la actualidad?

Señor Fraga, ¿cuál es el rasgo fundamental de su carácter?
Creo que precisamente el ser un hombre de carácter.

¿Qué le gustaría ser si no fuera político?
Lo que también he sido y soy: profesor.

¿Cuáles son las cualidades mínimas de un buen político?
Seriedad, honestidad, eficacia, entrega.

Entre los valores humanos, ¿cuál es para usted el más importante?
La verdad.

¿Qué piensa de sus enemigos?
Procuro verles como rivales o antagonistas, más que como verdaderos enemigos.

¿Qué prefiere: ser amado o ser temido?
Vamos a decir querido y respetado; las dos cosas, por supuesto.

¿Qué opina de la popularidad?
Que es una carga inevitable de la vida pública, un gaje del oficio.

¿Cree que la popularidad envejece?
No veo por qué.

¿Cree que escribe para la historia?
Nunca se sabe.

¿Qué opina de los que hablan mucho y no hacen nada?
Que son cencerros y no hombres.

¿Cómo podríamos comunicarnos más unos con otros?
Para eso no hay recetas universales. Yo recomiendo el juego del dominó y la queimada.

¿Qué opina del amor?
Que es una de las grandes fuerzas de esta vida.

Si viera quemarse su biblioteca, ¿qué libro salvaría?
Uno de Derecho Romano.

¿Qué tipo de música le gusta?
Beethoven.

¿Cuál es su deporte favorito?
La caza.

¿Cuál es la mejor película que ha visto?
Las de vaqueros de mi juventud.

¿Confía en la actual juventud?
Es como la de todos los tiempos: son jóvenes...

¿Qué opina de la familia?
Que es una institución básica de la sociedad que hay que defender con uñas y dientes.

¿Cuál es para usted la auténtica definición de libertad?
La de Montesquieu: que nadie pueda ser obligado a hacer lo que no debe hacer.

¿Qué le sugieren las palabras: feministas, marchosos, terrorismo, comunismo, fascismo, nacionalismo?
No habría feministas si no hubiera machistas. Los marchosos son los que saben marchar. Los terroristas buenos están en la cárcel, o más lejos. El comunismo es una antigualla como ideología, pero un sistema eficacísimo para monopolizar el poder y no soltarlo. El fascismo es el comunismo al revés. El nacionalismo es una deformación peligrosa de una cosa buena, que es el amor a la patria.

Señor Fraga, ¿hacia dónde camina la humanidad?
Eso me gustaría a mí saber.

¿Qué le sugiere la palabra emigración?
La vida de mis padres, de muchos parientes y amigos, la de buscar nuevos horizontes, antes de volver a los de siempre.

¿Qué pasaría en Galicia si todos los gallegos fueran tan trabajadores como usted?
Que produciríamos más de todo, supongo.

¿Qué representa para usted ser gallego?
Pertenecer a un grupo humano y cultural bien definido, en el que me siento natural y simpáticamente miembro. El ser de la estirpe de Gelmírez, de Gondomar, de Feijóo, de Murguía, de Pondal, de tantos otros...

¿A qué gallego levantaría una estatua?
A todos.

¿Cuál es su escritor gallego favorito?
Álvaro Cunqueiro.

¿Es usted partidario de una nueva sociedad o de mejorar la que ya tenemos?
Soy por temperamento y por convicción a la vez conservador y reformista.

Cuando fue ministro de Información y Turismo, ¿qué hizo usted por Galicia?
Paradores de Turismo, muchos hoteles y otras instalaciones, folletos y carteles, un gran Año Santo, y predicar con el ejemplo, pasando allí mis vacaciones. Hice también instalaciones de radio y televisión, centenares de teleclubs y, en fin, todo cuanto pude, dentro de los medios que tenía.

¿Cómo ve el futuro de Galicia?
Lleno de problemas, pero saldremos adelante.

[Olegario Sotelo Blanco, 88 galegos. Una tierra a través de sus gentes. Vol. II, pp. 255-263]